©Andrés Díaz Marrero
Había sonado la campana. Finalizó la clase. A pesar del dolor de cabeza que todavía sentía estaba muy satisfecha con la participación de los estudiantes. Despachó al grupo con una sonrisa y un “los veo mañana”, no empece al agudo dolor que sentía detrás de los ojos. Hacía ya unos cuantos meses que padecía intermitentes dolores de cabeza. Había acudido al médico, y éste le había recetado analgésicos para aliviarle el dolor. Esta vez había notado unos síntomas distintos. Además del dolor de cabeza su visión se oscurecía.
Días después, perdió la vista. Su vida quedó totalmente oscura. Un profundo sentido de desamparo la embargaba. Era maestra por vocación, y ahora, ya no podía continuar enseñando… ¡no de la manera tradicional, por supuesto! ¡Pero, enseñar era su vida! Tenía que continuar haciéndolo…
La oportunidad, que favorece siempre al que obra con fe, puso en su camino los instrumentos necesarios para lograrlo. Consiguió una beca para estudiar pedagogía de ciegos en los Estados Unidos. Después de haber terminado exitosamente los estudios en el Instituto Perkins de Boston, regresó a su patria, y a su vocación de maestra.
Días después, perdió la vista. Su vida quedó totalmente oscura. Un profundo sentido de desamparo la embargaba. Era maestra por vocación, y ahora, ya no podía continuar enseñando… ¡no de la manera tradicional, por supuesto! ¡Pero, enseñar era su vida! Tenía que continuar haciéndolo…
La oportunidad, que favorece siempre al que obra con fe, puso en su camino los instrumentos necesarios para lograrlo. Consiguió una beca para estudiar pedagogía de ciegos en los Estados Unidos. Después de haber terminado exitosamente los estudios en el Instituto Perkins de Boston, regresó a su patria, y a su vocación de maestra.
Regresaba para enseñar a invidentes. En el 1919, y con la ayuda del escritor Cayetano Coll y Cuchí, logró que la legislatura aprobara un proyecto de ley para establecer la primera escuela para ciegos de Puerto Rico.
Loaíza Cordero volvió al aula a enseñar y a dirigir con bríos su hermoso proyecto. Los frutos no se hicieron esperar. Había llevado la esperanza de un vida mejor a cientos de invidentes. Ya no era necesario que las personas ciegas se presentaran frente a las iglesias y en las plaza públicas a mendigar. Ahora tenían la oportunidad de instruirse, de ser personas útiles y productivas. Cientos de invidentes triunfaron. Tenían la inteligencia y el deseo, sólo faltaban los instrumentos para vencer su discapacidad.
Incansable, Loaíza, dirigió hasta su jubilación el Instituto que hoy lleva su nombre. —Dios pone a cada cual en el lugar donde se necesita —pensaba ella. Y así fue, porque después de jubilada, y poco antes de su muerte, le sucedió lo que parecía imposible; recobró la vista.
Loaíza Cordero volvió al aula a enseñar y a dirigir con bríos su hermoso proyecto. Los frutos no se hicieron esperar. Había llevado la esperanza de un vida mejor a cientos de invidentes. Ya no era necesario que las personas ciegas se presentaran frente a las iglesias y en las plaza públicas a mendigar. Ahora tenían la oportunidad de instruirse, de ser personas útiles y productivas. Cientos de invidentes triunfaron. Tenían la inteligencia y el deseo, sólo faltaban los instrumentos para vencer su discapacidad.
Incansable, Loaíza, dirigió hasta su jubilación el Instituto que hoy lleva su nombre. —Dios pone a cada cual en el lugar donde se necesita —pensaba ella. Y así fue, porque después de jubilada, y poco antes de su muerte, le sucedió lo que parecía imposible; recobró la vista.
Fuente: http://home.coqui.net/sendero/narrativa11.htm